Cuando fijé la mirada en mi talón
me dí cuenta de los pasos que había dado.
Toqué esa corteza dura, amarillenta,
a punto de borrarse
y se me reveló la verdad del peso del tiempo:
que todos los caminos recorridos
son insuficientes y que habían borrado
y aplanado mis surcos.
Todo el peso de mi cuerpo y del tiempo que pasa sobre él
se apoya en estos dos soportes.
Mi juventud que los hacía ver rosados y suaves ya no estaba.
Ahora la superficie es áspera y no provoca caricias.
Al contrario de las marcas de los árboles
mis talones van borrando las líneas de la piel.
Cada año recorrido crea manchas y ampollas
y va desgastando la carne.
Soy un árbol creciendo de reversa
Con una boca cada vez más cursi.
Con una boca cada vez más sabia.
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